jueves, 13 de diciembre de 2007
Siento cómo la alegría más inmensa me rodea, extasiando cada poro de mi piel. Traspaso la barrera que me separa del bien, pero que también me protege del mal, y comienza mi exilio, mi búsqueda de la vida. Dejo atrás cuanto conocí, mis hermanas que esperan su oportunidad para conmover al mundo. No sé lo que me espera, pero el amor que me impele a seguir adelente y conocer la causa de mi existencia, esa alma pura que embelesa a mi génesis, que dejó como yo todo atrás para seguirlo, y lo alcanzó. Muchas de mis hermanas fueron obligadas a abandonar el refugio, incitadas por el hermano de mi acicate, y murieron en un rincón oscuro de un bar de mala muerte, o ahogadas en silencio contra la almohada. Sin embargo, ahora veo el sol, que irradia sobre las pupilas de mi salida un brillo especial, semejante a la chispa que creó al ser humano. Comprendiendo mi destino, me desprendo de mi alero y me dejo resbalar, sonriendo. Me sumerjo entre hondos surcos, causados por todos los males que ha sufrido desde que vio el humo inundar la estación, anegándola en el más espeso y asfixiante lodo. Pero ahora es mediodía, y ya no hay sombras. Sigo resbalando sobre el terciopelo que tanto añoró en esas noches frías y esos desayunos buscando en el periódico el calor que necesitaba para seguir viviendo. Ahora ese calor reposaba en su hombro, haciendo que mi tamaño disminuyera, dejando un sendero que otras seguirán, en busca de esa luz que estoy a punto de alcanzar. Llego hasta el barranco que me separa de mi meta, y permanezco colgada unos cuantos segundos, mecida por el viento que tantas malas noticias trajo hasta sus femeninos oídos. Estos se cerraron para dejar de sufrir, pero una sola palabra deshizo ese nudo: victoria. La guerra había acabado, y él volvería. Poco a poco, el útero del que vengo se llenó de luz, al principio un punto titilante, pero que no tardó en convertirse en una llama cuando ardieron los miedos e incertidumbres. Lo tenía entre sus brazos, y ya nada los separaría. La unión quedará sellada en cuanto llegue hasta él, y ya me dispongo a dejarme caer, sabiendo que regaré ese árbol que ahora no es sino una ramita, pero en cuyo tronco anidarán miles de pájaros, que proclamarán su amor. Recorro el vacío que me separa de él, y siento como su piel se eriza. No me ha visto, pero tampoco lo necesita, porque el amor de ella lo guiará hasta las fuentes de la eternidad, donde cuidarán su árbol. Yo seré parte de ese árbol, testimonio de este reencuentro para las próximas generaciones.
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