lunes, 2 de abril de 2012

Quiero coger ese copo de nieve y sentir su peso. Quiero acariciarlo y que mis dedos recorran sus formas, sus delicados triángulos y sus firmes hexágonos. Que las yemas jugueteen con cada punta hasta el pinchazo, que venga la sangre y reine sobre el estéril vacío. Quiero besarlo, que mis labios recorran cada recoveco y mi saliva cree nuevas aristas, nuevas imperfecciones. Los copos de nieve no duran mucho, por eso me gusta. No quiero casarme con uno, no quiero engarzarlo en mi colgante; simplemente quiero disfrutar de él un día. Nada más. Para ello necesito que te quites de en medio y no lo asustes, no soples, no grites. Nada hay más delicado que un copo de nieve porque sienten cada uno de nuestros miedos y los hacen suyos. Si piensas que han hecho algo mal, los copos llorarán hasta derretirse y fundirse en el suelo, felices de dejar de causar problemas. Me da igual las razones estúpidas que blandas contra el capricho porque no tienes razón. Nunca serás un copo de nieve, nunca te pintaré en un cuadro ni moriré por recorrer tus aristas con mis labios. Por eso deja ya de gritar, soplar y asustar al pobre copo. Esta es una noche, mañana será otra completamente distinta y ya no existiremos. Deja que la perfección dure unas horas hasta que el hielo se derrita, la sonata termine y volvamos a olvidarnos. Nadie quiere nada eterno, solo sentir durante unos minutos más.
 

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