miércoles, 16 de enero de 2013

Te acariciaba el viento de poniente pero no me traía nada. Ni olor ni sabor ni recuerdos. Tenía que esforzarme en construirlos, en inventarme que un día te quise. Releo los poemas que escribí a cada parte de tu cuerpo y me parecen pompas de jabón. Hermosos pero vacíos, flotando en el aire sin nada que los retenga. De hecho, cuando explotan veo lo que eran en realidad: trozos pegajosos de jabón que me manchan los dedos. Froto los dedos por todas partes, intento limpiarme y me pregunto de dónde coño han salido. Yo he cambiado, tú has cambiado; el mundo se ha movido. Aún sueño con el sol, aunque mi boca se acostumbra al sabor del barro. Tu evolución, en cambio, es más soterrada, quizás inexistente. Recuerda que ya no soy el mismo, y sin la misma luz todo es diferente. Pero aun así tienes que reconocer que tu mármol también se ha resquebrajado. El invierno llegó y los cuervos anidaron en tu boca y en tus manos, tus acciones ya no relumbran y tus frases... tus frases no se convertirán nunca en oraciones completas. De hecho, ya nunca rezarás, sonreirás o confiarás. Los cuervos afilaron tu ingenio, es cierto, pero solo para clavárselo a los demás. O quizás me equivoco en todo y sigues siendo la luz de poniente y volveré a rozarte cuando no mires. Pero eso será cuando vuelva de mi viaje, si es que vuelvo.
 

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