jueves, 7 de febrero de 2013

Vistes tu miedo a la muerte con andrajos, con retazos de periódicos amarillentos y revoluciones de ayer. No te cuesta respirar por tu cuerpo, por la vejez; tu problema no se puede medir porque eres tú. Cuando caminas te pavoneas altivo, con la misma soberanía que un planeta y sus satélites. Tus mollas tiemblan igual que tú, los ojos no ven más allá de tu pasado por muy gruesos que sean los cristales. Sin cuello, sin hombros, sin ninguna seña de autoridad que desconozco si algún día tuviste. Solo ese tufillo a desprecio y superioridad mal fingida, solo tu odio a ti mismo reflejado en los demás. ¿Quién coño compra cigarrillos sueltos en un chino? ¿Es que somos jodidamente idiotas o qué? Venga, no me hables de un mundo más justo ni de que luchaste por mi libertad porque ahora mismo tú eres su única verja. Puedes pagar un cuerpo y poseerlo durante unas horas pero nunca el pensamiento, ni mucho menos una sonrisa sincera. Ahora que he aprendido a cultivarlas, ¿crees que la voy a arrojar al barro, entre los cerdos? No soy tu amigo, no soy tu hermano, no soy tu compadre, no soy tu nada. Si quieres cortar billetes en pedacitos y arrojarlos al viento hazlo; es el único dueño de todo. Pero a mí déjame en paz, porque tu estrella de tres puntas solo apunta el vacío de tu interior, que algún día atropellarás. Espero que llores cuando los libros ardan en la hoguera, sin nadie que los mire.
 

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