domingo, 10 de febrero de 2013

Las botas contra la grava como un hueso al troncharse, el mismo sonido armonioso de retronasal perturbador. Transmite seguridad, caminas sobre la muerte sin quemarte. Los barracones se inundan en un olor a orines y miseria, entre miradas de terror y odio. Los más estúpidos todavía se creen superiores, con la victoria de los perdedores que solo puede otorgar la moral. ¿Pero qué coño es la moral, sino un invento para degradarnos? Su estrella o nuestra esvástica, da igual, somos lo mismo. Nosotros vencemos, ellos agonizan sin tratar de cambiar. Son como nosotros, personas que no merecen ningún castigo. Sin embargo, no puedo pensar sino lo que me mandan. No soy libre, ojalá pudiera no golpear, no disparar, no escupir. Pero siempre habrá una boca que hable de mí, una bota que me pise, una bolsa que espera mi cuerpo. Por eso la moral está fuera de este campo. Dentro de la alambrada no hay voluntad, ni individuos. Son números, somos uniformes. Ambos trabajamos sin pensar, solo realizamos tareas mecánicas. Y sin embargo, me gusta quedarme al final, esperando al rezagado que probará mis botas y que regará la tierra por última vez. Aunque esté yo solo, aunque no haya boca o bolsa para mí. En esos momentos soy feliz cumpliendo con las normas establecidas, si bien podría ayudarles, quedarme al margen. Pero no, son las reglas y yo debo cumplir con ellas. La culpa es suya, yo no tengo nada que ver en este exterminio. Solo soy un brazo más.
 

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