domingo, 24 de febrero de 2013

Cras, cras, cras. No son hojas secas lo que pisa, ni pedazos de algo roto. Es gravilla, pequeños pedazos que conforman el camino que lo llevará hasta el mar. Años y años soñó con la mochila, con las botas y el bastón, hasta que un día vio que estaban guardados en el armario; solo había que cogerlos. El balance de la primera semana es claro: ni las ampollas le atormentan ni la mochila se eterniza. El peor equipaje es aquel que no pesa, el que no se lleva sino que se reconstruye. Como dijo un supuesto sabio, lo contrario de la existencia no es la inexistencia sino la insistencia. Las dudas, los miedos, los odios y las pasiones se quedaron en lo alto de la montaña, congelándose con el hielo. No hay música, no hay diálogos ingeniosos ni personajes nominados al Oscar. Solo está él, que sigue caminando feliz porque ahora ve la ruta, siente la meta en su frente y algún día llegará. De hecho, ni siquiera le preocupa cumplir su sueño porque ha aprendido la gran lección: después siempre viene algo más, nada termina en sí mismo. La imagen sí, la foto que les gustará a todos tus amigos en Facebook, eso estará ahí. Pero en tu corazón sabrás que las instantáneas que merecen la pena son rostros, espejos de algo más. Paisajes a los que la realidad no hace justicia. Un latido que siempre se adelantará a las palabras. Por eso, solo por eso, sabe que este no es un sueño impuesto por la publicidad, el Otro o la presión de grupo. Sabe que es suyo porque nunca lo medirá, lo pesará o lo retratará. Simplemente lo vivirá y lo paladeará hasta que la tiniebla inunde sus ojos.
 

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