jueves, 11 de diciembre de 2014

La vida no es una colección de noches sueltas, grandes festivales que podemos enmarcar y volver a ellos cuando el ahora no nos sacia. Pero tampoco es una pradera inmensa, un recto sendero cuyas gasolineras están más que memorizadas, incluso el precio de las Pringles en cada una. El equilibrio no está en el tercer plato de sopa, Ricitos de Oro debió mezclar ambos cuencos; ni siquiera eso, solo hay tiempo para quemarte la lengua o congelarte la garganta. Lengua o garganta, arriba o abajo, manos suaves o movimientos espasmódicos. No se trata de elegir entre 0 y 10, con una amplia gama de grises que pueden saciar nuestras necesidades como la mejor peor agencia de comunicación. Al elegir entre salsa o vals dirigimos nuestra vida, nosotros mismos, hacia una ciudad u otra. Puedes gritar en la Gran Vía o en la campiña, el mechón suelto acariciará los labios en un concierto en el salón o montando a caballo. Muchas opciones, quizás el error está en la misma conjunción disyuntiva: no es un fiel de balanza entre ambos mundos sino una pequeña pelota que gira de un lado a otro, según el mundo decida izar el norte o el sur. Según hayas decidido esa mañana cómo será el resto de tu vida. Porque detrás de cada mirada no se esconden conos y bastones, sino un lazo. Ese pelo te atrapará, buscarás que te asfixie y que te retenga entre las sábanas solo un domingo más, mientras las flores germinan en la mina. Y tú, que aún te decides entre Lorde y Birdy, solo puedes recordar un vestido amarillo y un rostro/reminiscencia de la juventud. Porque como bien dijo el vampiro, solo buscas su juventud y su ilusión para vencer la mierda que corre por tus venas.
 

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