Estar solo.
Completamente solo.
Viajar a otro país, a otra vida y a otro yo. Huir de todo y dejar todo atrás.
Caminar hacia lo salvaje, hacia lo exótico y hacia las películas de la infancia, grabadas fotograma a fotograma.
Quedarse en casa, en clase, en el trabajo. Rodeado de gente, pero solo.
Leer, escuchar, pensar. Crear conversaciones con los vecinos, con los que nunca hablaré.
Buscar vida en foros, chats, redes sociales. Añadir amigos que conozco por espiar a mis falsos amigos.
Escribir para hablar después. Convertir un enfado en una sucesión de risas.
Quedarte a trabajar más allá de la hora haciendo lo que más me gusta. Con más gente y más risas.
Caminar en la naturaleza, pisar las hojas muertas y no sentir miedo. No sentir el frío.
Viajar a otro país
a otra vida
a otro yo.
Nunca huir ni dejar nada atrás.
Llevarlo todo encima.
Que una peluquera portuguesa te enseñe que allá donde vayas nunca estarás solo. Y que tenga razón.
miércoles, noviembre 30, 2011
domingo, noviembre 27, 2011
Un elefante corre por el puente, entre la niebla, y yo no sé nada. Las obras taponan las venas, las zanjas se abren camino hacia el corazón de la tierra como un cirujano con un hacha mellada. Vuelve el frío, vuelven las niñas llorando en los portales. Vuelven los momentos, nunca las personas ni los sentimientos. Solo la bilis. El ambiente es tóxico, las miradas están envenenadas tras ese velo de lejanía, no ven cuerpos sino sirvientes que acercan la copa a la mano que comienza a levantarse. El viento se esconde bajo el puente de Piedra, la niebla crea una aurora boreal sobre el Pilar. Y ante el juego de los dioses, ante los dados trucados a diario para vencer a la casualidad, siempre aparece la misma trampa de llenar de vaho el escaparate, sin osar a entrar en la tienda. El vaho es el alma, que escapa en cada respiración. El vaho es el tiempo, creado en cada soplo para maldecir aquello que no volverá nunca más. El vaho soy yo, fuerte al salir y difuso entre la luz de las farolas. Todo debería ser fácil, alguien debería tocar el violín o el violonchelo, pero todas las noches suenan el mismo acordeón y el mismo aliento rancio. Todo se va precipitando, todo se repite una y otra vez más como un vals de fin de siglo. La vida agrieta los edificios, todo tiembla a su paso, y yo no sé nada.
miércoles, noviembre 23, 2011
Recuperar las hojas pasadas del calendario. Pensar que nada ha cambiado. Recordar cuando el frío no existía, lo único que surcaba las calles era el espíritu de la navidad. Cuando había regalos. Cuando había árbol de navidad. Cuando las ideas se quedaban en el salón, dando clases a mis peluches. Hubo una época en la que las urnas flotaban por encima de mí, sobre mis sueños y no bajo mi decepción. Qué felices, qué caras más tristes. El río corre, nuestro rostro nunca más se reflejará en él. Deja que la misma canción suene una y otra vez, para afianzar la burbuja, que no explote y que nunca se vaya el calor de esta habitación. Esos ojos. Esa sonrisa, ese aliento justo a mi lado, mientras todo el mundo estalla. Poco a poco, palabra a palabra, creo una imagen y no la dejo escapar. Acaricio mi mano, pienso que es una mano blanca descansando en una cama, imagino que el tiempo no ha pasado, que el equilibrio es posible. Seguir escribiendo un poco más, seguir llenando el folio en blanco sin pensar, solo sintiendo y viviendo las imágenes de mi cabeza. Pensar que nada ha cambiado, que el calendario no ha perdido las hojas. El reloj se paró y seguirá eternamente parado. Gracias a ti.
lunes, octubre 31, 2011
Escuchar poesía. Sentarte en tu sofá y disfrutar mientras alguien recita esos versos para ti. Alguien que te conoce, que sabe qué párrafos te gustarán más, qué palabras provocarán en ti una reacción, no siempre positiva. Que alguien reviva para ti una estancia de Machado es como flotar en el aire, sentirte amado por Machado y por quien te lee sus escritos, dar gracias al cielo porque existe alguien que trata de curarte leyendo poesía. Una mujer susurrando la última estrofa de un poema de Bécquer te pone el mundo a tus pies: calor y frío, dulce y salado, playa y montaña. Después de un día de trabajo, escuchar poesía en los labios de alguien cobra ordena el sufrimiento y te despierta a la realidad, a esos ojos verdes que siempre te esperarán, siempre sonreirán con una anécdota tuya. Escuchar poesía es dejar que el amor llegue a ti y fluir con él.
Leer poesía. Renunciar al sol, a los juegos, al todos juntos en una comida, para enfrascarte en un libro. Callarte, olvidar el mundo, y centrarte en ese libro. Si no piensas solo en los caracteres impresos, si tu mente ve algo fuera del poema que estás leyendo, estás perdiendo el tiempo, y tienes que volver a empezar. Desde fuera la escena es aún más estúpida, con un hombre que ríe, tiembla o llora con la vista fija en un objeto en su regazo. Que odia ser molestado. Que no comprende todo lo que lee, que se pierde entre metáforas y metonimias, pero que aun así piensa que lee poesía y la vive. Y si un día llega realmente a identificarse con un poema, a hacer suyo un romance hasta el último verso, no tendrá con nadie con quien compartirlo, porque su lectura será diferente de todas las demás, y no podrá abrir los ojos ni de su alma gemela. Leer poesía es renunciar al amor y tratar de fabricarlo desde cero.
Cuando la veo, escucho sus tercetos y fluyo en sus versos. Cuando te veo a ti, tengo que renunciar al amor y reinventar cada pequeño detalle para ver algo de cariño. Es por eso por lo que siempre intentaré sostener tu mano un segundo más.
Leer poesía. Renunciar al sol, a los juegos, al todos juntos en una comida, para enfrascarte en un libro. Callarte, olvidar el mundo, y centrarte en ese libro. Si no piensas solo en los caracteres impresos, si tu mente ve algo fuera del poema que estás leyendo, estás perdiendo el tiempo, y tienes que volver a empezar. Desde fuera la escena es aún más estúpida, con un hombre que ríe, tiembla o llora con la vista fija en un objeto en su regazo. Que odia ser molestado. Que no comprende todo lo que lee, que se pierde entre metáforas y metonimias, pero que aun así piensa que lee poesía y la vive. Y si un día llega realmente a identificarse con un poema, a hacer suyo un romance hasta el último verso, no tendrá con nadie con quien compartirlo, porque su lectura será diferente de todas las demás, y no podrá abrir los ojos ni de su alma gemela. Leer poesía es renunciar al amor y tratar de fabricarlo desde cero.
Cuando la veo, escucho sus tercetos y fluyo en sus versos. Cuando te veo a ti, tengo que renunciar al amor y reinventar cada pequeño detalle para ver algo de cariño. Es por eso por lo que siempre intentaré sostener tu mano un segundo más.
lunes, octubre 24, 2011
Vuelve la lluvia. Vuelve las puertas cerradas, reteniendo el calor. Vuelven los cristales empañados, los paraguas empapados. Ver la televisión tapado con la manta. Tumbarte en la cama, y sentir el peso de la manta encima de ti. Y además, que fuera sople el viento como en una canción de Amaral. Las teclas apresuradas del piano se suceden como caen las hojas de los árboles y tapizan el paseo Independencia. Las zanjas no pueden enterrar la belleza. Trabajos por empezar, discusiones que sabes que llegarán, flores que comprar. Pero también vuelven los encuentros por la universidad, los platos de sopa de pescado, el cierzo que despeina a las chicas, que se apresuran a recomponerse. Pero la belleza ha estado ahí, durante unos segundos se ha adueñado de todo. Mil noticias por escribir, pero ahora solo me importa esta entrada, sentir el silencio después de esa nota. Meses después de volver tienes que volver a tu sitio. Está frío, porque ya no es como antes, pero sigue siendo el tuyo. Y sigue siendo igual de cómodo, con las mismas bromas estúpidas, risas pesadas y gestos a través de la ventana. Pero más allá de todo, vuelve la vida, igual que siempre, pero siempre distinta. Y eso es lo que más me gusta, que siempre me sorprenda y siempre me guste. Todo me acaba gustando.
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