jueves, 11 de octubre de 2007
Si de algo se vanagloriaron los políticos de turno al presentar estas fiestas fue de los dos conciertos de Héroes del Silencio, la banda de rock más grande que ha dado Zaragoza en su larga historia (si bien los fans habíamos comprado sus entradas 8 meses antes, pero en fín; esto es política) Los medios de comunicación se volcaron con la gira de Héroes, que los llevó por gran parte de Sudamérica y los Estados Unidos, pero cuando faltaban sólo días para la cita de ayer explotaron. La portada de cada diario se dedicaba a los Héroes, con una amplia cobertura seguida por miles de entusiastas, que ayer esperaron una media de 6 horas (yo esperé 4, pero aún así lo vi genial) para disfrutar del reencuentro de la banda después de cerca de 10 años de miradas frías y preguntas en el aire. Todo eso se aparcó cuando anunciaron la gira, y ayer se demostró que siguen siendo el grupo que en los 90 arrasó medio mundo. Durante la introducción (Song to the siren, de Gladiator) el estadio de La Romareda permaneció a oscuras, pero en el interior de cada uno de los que estábamos ahí ardía una llama que se reflejaba en nuestra mirada, y ese fuego explotó en gritos cuando las pantallas que cubrían el escenario se levantaron, poco a poco, para dar paso a la banda que había reunido a 40.000 personas en unas solas horas, en las que se vendieron las entradas. Como curiosidad, cuando iba hacia el concierto vi a alguno que vendía entradas por unos 600 euros (800 dólares), siendo que se vendieron por 40. El dinero y los sacrificios no importaban por volver a ver a los Héroes, que hicieron de esa noche algo único. Bunbury, a pesar de estar enfermo, hizo vibrar al estadio como lo hacían sus cuerdas vocales, que saltó y gritó cada palabra de cada canción. Con canciones como Maldito duende, Iberia sumergida, La chispa adecuada o La herida mi voz se rompía, pero sacaba fuerzas de donde no había para seguir en el ritual. Por 2 veces acabaron, pero volvieron ante la insistencia de la marea negra que los llevó a lo más alto, y no los olvidó. A la tercera huida los gritos fueron más largos, pero fueron callados por los fuegos artificales, que ponían el broche a una noche inolvidable. Para mí sólo les faltó despedirse de verdad cuando estallaron los fuegos artificiales (siempre cumpliendo con su labor, siempre desafiantes contra los dioses), pero los que estuvieron más cerca del escenario vieron que la letra de las canciones aparecía en pantallas para que Bunbury las cantara. Aunque es un héroe en el escenario, y se mueve como nadie, eso no se puede hacer tocando ante 40.000 hermanos. Es lo único que podría empañar la noche, pero aún así fue algo impresionante, único, que recordaré, esto sí, toda mi vida (demasiadas cosas para recordar, me parece a mí) Y esta noche, algo totalmente distinto: Mojinos Escocíos y Los Gandules. Mañana os cuento...
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