sábado, 9 de febrero de 2008
Pobre lobo. Atrás quedan las noches solitarias en el bosque oscuro, corriendo entre árboles y ríos. Sus patas añoran ese suelo húmedo, blandito, en el que se sentaba y respiraba tranquilamente en medio de la nada. Y sobre todo, ella. La luna. Ese disco de promesas, de sueños inalcanzables, pero sueños dulces, a los que cantar y aullar. Sin embargo, ahora ha vuelto al lugar donde nuca tuvo que haber estado, la jungla humana. Allí los sueños son relegados a oscuros callejones, entre jeringuillas y faldas cortas. Los humanos andan nerviosos de un lado a otro, intentando ir rápido sin correr, sin sentir el rítmico latido en su interior. Y en medio de todo eso, el lobo gime, sin atreverse a aullar, a cantar, por miedo a que los demás lo miren. Todo eso, simplemente por ella. Por ver su cara, más cercana que la luna. Por su pelo, acariciado por el viento, mostrando una gama de colores más amplia que el oscuro bosque. Pero sobre todo, por su canto, por esa risa melodiosa, llena de ricos y exuberantes acordes que paran el trotar del mundo. Cada día aparece por su calle, apaleado por el amor, atado a ella por su sensualidad, por el baile de sus andares. Ha dejado atrás todo aquello que amaba, que disfrutaba libremente, para recibir un bozal y una correa, y suspirar por ella en silencio, en sus adentros. Pobre lobo.
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2 burradas:
Mira el lado positivo, ahora ella escuchará su canto todas las mañanas. Quizás algún día salga a acariciarlo...
El amor es una cárcel. O un secuestro donde el secuestrado sufre el síndrome de Estocolomo. Desgraciadamente el placer supero al sufrimiento.
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