lunes, 22 de junio de 2009
Esta primavera he descubierto que tengo alergia, o al menos eso creo. Los estornudos y los ojos llorosos, antes ocasionales, se han convertido en compañeros de juego, en otro par de zapatillas. Sin embargo, no estoy tan descontento. He descubierto que me gustan los estornudos. Me gusta cerrar los ojos durante unos segundos, sucumbir al impulso de nuestro cuerpo y ser pequeños por un instante. No podemos permanecer con los ojos abiertos, es imposible. Es como si nuestro propio cuerpo tratara salvarnos del dolor del mundo por unos segundos; que mientras estornudes, no existan las muertes ni el sufrimiento, solo el estornudo. Porque el estornudo también es vida, también somos nosotros mismos quienes ponemos de nuestra parte al estornudar. Cada uno lo hace de distinta forma, gritando, suspirando, rugiendo. Cada uno reacciona de diferente manera: se apartan hacia un lado, agachan la cabeza, siguen como si nada. Además, durante esos segundos la vida nos inunda, somos un cable conductor de electricidad. El cosquilleo comienza, a veces incluso minutos antes, y es una sensación deliciosa, la misma que al acariciar el envoltorio del regalo. Ese cosquilleo va y viene, sube y baja, no permanece constante, no es predecible. Cuando la sensación aumenta hasta explotar, casi podemos respirar más aire, empezando por los pies y subiendo, agitándonos como una cometa hasta que lo soltamos. Durante esos segundos, durante esa explosión, la vida nos inunda, la vida imprime un color especial en nuestras mejillas, la vida nos da fuerzas para rugir al viento, y la vida también mancha el pañuelo. Un abrazo
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1 burradas:
Casi como los bostezos. Dejan una paz y serenidad extrañas. Como respirar profundamente varias veces seguidas...
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