viernes, 31 de octubre de 2008
Camino por el paseo Independencia. He terminado las clases y me voy a casa, pero no puedo evitar observar lo que ocurre a mi alrededor. A esta hora (las 12 o por ahí) la gente camina ocupada, de un lado a otro, intentando encontrar algo que les dé sentido a sus vidas. Ya no hablo sólo del típico ejecutivo con traje, sino también del dueño del pequeño kiosco, del abuelo con sus hijos, de los estudiantes que vuelven a casa. El viento, siempre nuestro viento, está ahí, jugueteando con hojas secas que eleva hasta nuestras caras, pero no nos damos cuenta de ellas. Seguimos caminando, pensando en nosotros hasta que encontremos a alguien que piense en nosotros. Sin embargo, el viento me trae algo más que muerte: música. En un porche, intentando huir del cierzo, reposa sereno un hombre con un acordeón, tocando la que para mí es una de las más exquisitas canciones: el Canon de Pachebel. Toca tranquilo, sin fijarse en la gente que le arroja sus sueldo en una bolsa de plástico. Toca tranquilo, sin convenciones de compás o intensidad. Siente la canción, siente cada corchea, y logra transmitir esos sentimientos a su instrumento, con el que tantas cosas ha vivido. El sonido de su acordeón deja de ser ondas para convertirse en magia, en pequeñas pizcas de vida que nos inundan, nos supera, sólo podemos escuchar la canción, dejarnos llevar por esas notas rápidas y frágiles, por esas notas largas y seguras, por el silencio entre una nota y otra. Sus dedos se separan de la teclas, y por unos segundos todos seguimos callados, mirando cómo suspira al acabar su partitura. Vuelven los coches, las hojas, el ruido, y corro para no perder el autobús.
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3 burradas:
Me suena ese acordeonista, o al menos me suena haber ido por Independencia con esa música de fondo, sintiendo cosas parecidas a las que describes... no me atrevo a añadir nada más a esta, como siempre, preciosa entrada. Saludos!!
Leo atento tu blog mientras escucho de fondo a Pachelbel, nos vemos por Independencia
Palpii no te lo creerás pero toco el acordeón y me sé el canon de pachelbel de memoria
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