jueves, 23 de agosto de 2007

No sé qué escribir. Me limito a dejar libre mi mano, y que ella decida qué crear sobre el vacío porque yo no tengo la menor idea. Dejaré que ella decida si es un hombre o una mujer, si está alegre o está triste. Que ella se ocupe del lugar; un bar estaría bien, pero yo no tengo nada que decir: he delegado completamente en ella. Que sea ella quien decida el porvenir de los protagonistas, sus amores y desamores, si comen o pasan hambre. En su mano está (nunca mejor dicho) que vivan o mueran; yo no quiero saber nada de ellos. No quiero volver a pasar por la asfixiante presión de tener la titánica tarea de poblar el mundo vacío delante de ti, y no saber cómo hacerlo, ni con qué. Si la gente supiera estos problemas, seguro que no querría ser Dios. Yo quiero ser normal, con mi alienante trabajo que no me exige demasiado. Así no tengo que enfrentarme a mí mismo, sumergirme en mi interior buscando algo para plasmarlo sobre algo ajeno y con esta nueva perspectiva ver todo con mayor claridad. De esta forma no tengo que enfrentarme a mí mismo, descubrir mis miedos y mis virtudes, mis fallos y mis secretos. Dejaré que los músculos guíen al cerebro, contradiciendo los principios de la ciencia. Liberaré a mi mano del despotismo de la razón; yo no sé qué escribir.
 

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