lunes, 13 de agosto de 2007

He descubierto que ciertos dogmas de fé que defendía sin pararme a cuestionarlos son falsos; la voz de los ángeles no es armoniosa y cristalina, sino quebrada y desgarradora. La poesía no es algo de genios muertos leídos con desgana por un escolar, sino que es un sentimiento que está presente en cada uno de nuestros pensamientos, que los talla como un escultor con su cincel o un músico con su púa. La música no está compuesta de manchas de tinta sobre rayas, sino que es el sonido que nuestro corazón emite al latir, y está presente en todos los rincones del planeta, ya sea bailando sobre una piel mal curtida o compadeciendo el llanto pesaroso de un cello. He aprendido que un artista no crea puntualmente, sino que el arte es un torrente furioso, exhuberante, cuyo cauce no se puede dirigir, sino que arrasa a todos aquellos que intentan dirigirlo con presas y diques. Sin embargo, el arte también puede ser un apacible camino que nos aleja lejos del oscuro océano y nos eleva a las más altas cumbres, donde los ríos, grandes y pequeños, beben de los pequeños manantiales para madurar hasta tener su propio cauce. También he observado que no es necesario esconderse detrás de cien pingüinos armados con sus alter ego musicales, o refugiarse en el ruido de miles de decibelios provocados por una máquina, sino que basta con una simple guitarra, una mujer de madera, capaz de comunicar todos los sentimientos de una mujer normal, pero no más verdadera, de carne y hueso, aunque haya sido cazada por 10 dólares a través de un catálogo. He comprobado que por mucho que llame, el ser humano tiene que madurar y colaborar, uniendo a la arrogante y snob princesa del campanario con el sacrificado y amigable panderetero. He descubierto que una gira puede durar más de quince años, inquietando al rico y creando quimeras para el pobre. Todo esto me lo enseñó un hombre que, según sus propias palabras, "no tengo una voz bonita. Yo no sé cantar bonito, y además no quiero." Un hombre inconformista incluso con su propio nombre, que cambió cuando comenzó a probar la droga de la música. Ese hombre se llama Robert Allen Zimmerman, pero ha sido y sigue siendo aclamado por haber sido "el faro de una generación que quiso cambiar el mundo.", aunque también es conocido como Bob Dylan, el hombre que armado con su armónica y su guitarra se enfrentó al mundo, aunque siga golpeando la puerta del Cielo sin respuesta. Quizá la respuesta está entre nosotros. Quizá sopla entre el viento...

-Página en Wikipedia de Bob Dylan
-Acta del jurado que le otorgó el Príncipe de Asturias de las Artes (muy poético)
 

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