lunes, 20 de agosto de 2007
Son las 8 de la tarde, y corro hacia la parada para no perder el bús. Tras reponerme (uno no es Paquillo Fernández), miro por rutina si conozco a alguien del bús, y en vez del sempiterno pesado descubro una pareja que, fundidos en un inmóvil abrazo, contemplan el pasar de los peatones, ajetreados en su ir y venir de una jaula a otra. Alguno devuelve la mirada, y no puede sino sonreír al percibir el amor que destila ese abrazo, esa unión que no necesita de palabras, que durante más de medio siglo se ha cimentado sobre el respeto y la confianza. Cuando bajo del bús los miro, y veo sus caras asimétricas que irradian cariño. No necesito oler ninguna feromona para saber que eso es amor; llamadme romántico si queréis.
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